Estreno
Ella se asoma por entre el pesado telón y ve las luces, oye las voces del público que espera. Siente emoción, este es su sueño y esta noche va a brillar en el escenario. Antes de empezar la función, mientras se prepara, ha venido una periodista a hacerle preguntas.
¿Cuándo empezaste a bailar?, le dice.
Es una pregunta difícil. Le llegan varios recuerdos.
En el primero, él baila con ella. El tocadiscos gira, la aguja hace un sonido al rozar con el disco, un rasguño entrañable. Suena Una Paloma Blanca, de Ray Conniff. Todas las luces están apagadas, menos la de la sala. Él gira y la alza hacia el techo y la hace reír. Al rato, ella apoya la cabeza en su hombro y se queda, por fin, dormida. Con cuidado de no despertarla, él la lleva hasta la cuna y la arropa, pero no demasiado. Es el calor lo que la despierta. Fue él quien se dio cuenta. La bebé no tolera el calor, a pesar de que el clima es relativamente frío. Se supone que los bebés no regulan bien la temperatura, pero ella sigue irritada por la ropa abrigada, las mantas, todo la hace llorar, que es su único lenguaje por ahora.
También él descubrió que bailar suavemente, con música o no, sirve. Mejor con. O dar vueltas en el carro, aunque eso es más incómodo en mitad de la noche. O sacarla al frío del jardín, es la forma más rápida de bajar la temperatura y aliviarla. Pero bailar es lo mejor. La mamá no entiende nada de eso y está dormida. No se levanta a estas horas, si puede evitarlo. Para eso está él. Y para casi todo. La bebé hace ruidos guturales que solo él sabe interpretar. Sus estados de ánimo le parecen tan claros como los propios. Hay una conexión misteriosa. No es común en esa época que el papá se involucre tanto en el cuidado de los hijos. Son muy jóvenes ambos y es la primera bebé.
Era muy pequeña para recordar esos bailes a medianoche. Sin embargo, al crecer, le parece como si recordara. A veces, toda la familia se reúne, es una familia grande y hacen fiestas en las que a todos les encanta bailar. La bebé, y luego la niña, baila en los brazos del papá y se duerme junto a los enormes parlantes a pesar del ruido de la música que se oye por toda la cuadra. En algún punto la llevan a su cuarto. Cuando va creciendo ya puede bailar sobre sus propias piernas y todos aplauden y sonríen al verla. Ella disfruta bailar y también que le pongan atención. Con la familia al lado se siente más sólida.
Entre sus propios recuerdos y las historias que le han contado mil veces no logra desentrañar lo real, pero en todo caso, la respuesta a la pregunta es la misma.
Desde siempre, dice, mientras se estira en el espejo un mechón de pelo reacio a quedarse en su puesto.
La periodista sonríe, pero insiste, Claro, siempre bailaste, ¿desde niña, entonces? ¿Qué tipo de música te gustaba?
Ella sigue recordando escenas. En esta, se encuentra con su amiga después del colegio y juegan juntas. A veces, juegan a hacer coreografías de las canciones del momento. A las dos les gusta ese juego, se ríen a carcajadas mientras intentan imitar los pasos y los gestos que han visto en la tele. También practica sola en casa los pasos de las danzas que aprende en el colegio, porque no quiere equivocarse y recibir regaños, o peor, burlas. Le enseñan bailes típicos, rock and roll, twist, un poco de todo. Le cuesta aprenderse todos los pasos y se cohíbe ante la presión. Pero es liberador y hermoso cuando está fuera, sola o con sus amigas.
Intenta capturar esa sensación y ponerla en palabras. Dice, “cuando niña hacía coreografías con mis amigas, bailábamos y cantábamos Las Flans y Menudo, nos reíamos mucho”. No sabe cómo explicarlo. La otra sonríe y asiente con la cabeza con entusiasmo; también recuerda esos grupos.
La primera campana suena ya en el teatro, en pocos minutos debe salir. Queda tiempo para una pregunta más, mientras le ayudan a ajustar el vestido un poco mejor. Es un vestido precioso.
La periodista camina con ella mientras intenta colar dos preguntas apresuradas para su nota de prensa: Bueno, ¿y cuándo decidiste que esto era lo tuyo, que querías dedicarte a esto? ¿Tuviste dudas en algún momento?
La memoria sigue corriendo desbocada. La lleva al ansiado momento de su primera fiesta con niñas y niños. Los nervios de este día se comparan a los de aquel, expectativa y emoción, mezcladas con miedo a que algo salga mal. Los invitados van llegando, sus amigas, sus primos y varios niños conocidos y desconocidos. Antes de la fiesta practicó con su papá, para aprender mejor los pasos de salsa, que son difíciles. Ya está lista. Ponen música, todavía los parlantes son enormes y todavía suenan por todo el barrio. Suenan merengues y luego la fantástica salsa de La Fania. Nadie ha empezado a bailar, los niños están contra una pared mirando nerviosos, las niñas sentadas en el sofá. Ella sonríe hacia los niños, alentadora. Con la siguiente canción de merengue, uno se anima y la saca a bailar y otros lo siguen. Pronto la pista de baile está ocupada por parejas de adolescentes torpes tratando de no pisarse unos a otros y de practicar las vueltas y los pasos nuevos de baile.
Ella brilla, su cara se llena de felicidad pura mientras gira y ayuda a su parejo a no equivocarse con el ritmo. Está totalmente presente en el momento, la percusión de esa música latina, que resuena con el latido de su corazón, las melodías y las letras que se aprenderá de memoria a lo largo de los cientos de fiestas en las que bailará con incontables personas.
Después le ensañará a bailar a su hermano, sus primos y a muchos amigos, porque tiene paciencia y su alegría al bailar es contagiosa, de manera que todos aprenden, hasta los más tímidos o descoordinados. El único espacio en el que tiene una relación difícil con el baile sigue siendo el colegio. Bailar se puede volver un asunto tenso y angustiante allí, por momentos se convence de que no es buena para eso. No entiende por qué las profesoras son tan rígidas y poco alentadoras. Critican todos sus movimientos y le producen ansiedad, la hacen sentir como si no supiera bailar. En ocasiones cree que su cuerpo no está hecho para eso. Hay un riesgo real de que la convenzan de desistir y de dejar el baile para los espacios privados. Esos son los momentos de duda.
Pero en cambio, apoyada en su pasión y en su éxito con familia y amigos, ella irá decidiendo que su vida es esta. No puede imaginar vivir sin bailar. Cada vez que suena música en la calle, en la tele, sus músculos quieren moverse al compás. Incluso se convierte en una de esas personas que bailan en el supermercado con las canciones pegajosas que suenan mientras empuja el carrito por los pasillos. Sigue el ritmo con las rodillas o con los hombros cuando está sentada.
Todos sus mejores recuerdos con los novios que ha tenido son bailando, sobre todo salsa. Sus mejores recuerdos de toda la vida son bailando: aprender el vals para la fiesta de 15 años, hacer coreografías con toda la familia de polka o de mambo, encontrar el abandono irracional de la música electrónica o saltar con el ska y el rock en grupos caóticos y llenos de energía.
Le dice a la periodista, “pues lo fui descubriendo en la adolescencia y claro, tuve dudas, porque el colegio era bastante castrante con esas cosas, yo no era considerada una de las buenas en danza…”
La periodista alza las cejas, incrédula.
“… pero de todas formas bailar era la forma más perfecta de la felicidad, siempre, por la relación con otros, por la euforia que producía, ya sabes…”
Un asistente se acerca y le indica que deben cortar la entrevista, ya se han apagado las luces. Se disculpa brevemente, consciente de que no hay palabras para explicarle a la otra toda esta historia de manera coherente y que seguramente tendrá que inventar algo para entregar su nota, en la que dirá algo como:
“De esa forma, como un destino ineludible, emprenderá el camino que la llevará a esta noche, en este escenario, cuando está lista para su primera presentación. Sabe que ha llegado con intención a este momento y acunada por sus recuerdos, como la acunaba el papá en las noches calientes, sale entusiasmada a bailar con mente y cuerpo”.
Se abre el telón.
QUE HISTORIA TAN HERMOSA Y TAN BIEN NARRADA!! ME ENCANTÓ!!!